10 jul 2013

Viaje a Nebraska I

En las diez horas de vuelo de Buenos Aires a Newark dormí un poco, fui al baño tres veces y vi dos películas. En el respaldo de los asientos había pantallitas tactiles con una selección de 1131 películas, series de TV y videojuegos. Vi "El Mago de Oz", la película de 1939 con Judy Garland, y "A Good Day to Die Hard", la última en la serie de Bruce Willis, que salió en febrero de este año, 2013. "El Mago de OZ" no es una serie de preámbulos y transiciones para demagogia musical, es una historia genuina con buenas canciones. A la media hora de "Duro de Matar" me dejé adormecer por la indiferencia y las explosiones.

En Newark caminamos por pasillos, subimos y bajamos escaleras mecánicas. En una extensa vidriera convexa vimos los pequeños vehículos de descarga de equipaje y carga de combustible zigzagueando entre los aviones estacionados. Doblamos una esquina y apareció un salón sin final a la vista, con filas enroscadas de pasajeros. Jess fue a la fila de "residentes", yo me agregué a la fila de "visitantes". Una hora más tarde pasé aduanas. Cada tanto doblaba las rodillas y estiraba la lumbar. Retiramos el equipaje, lo volvimos a despachar. Subiendo otras escaleras nos encontramos con el "chequeo" de seguridad. Unos guardias entonaban "sin cinturón, sin zapatillas, bolsillos vacíos". Me descargué de accesorios en una bandeja de plástico. Descalzo entré a una cápsula tubular, alcé los brazos y con un sonido neumático la máquina produjo una imagen tridimensional de mi cuerpo. Me dejaron pasar.

Cada tanto veía en los pasillos un cartelito que decía "Desfibrilador". En un pasillo, entre negocios de ropa y salas de espera, otro cartel decía "Cuarto de Meditación". Nos sentamos a esperar en la terminal de nuestro próximo vuelo y Jessica se durmió en mi hombro. Yo estaba leyendo "La Vuelta de Tuerca" de Henry James. Jess abrió los ojos, se levantó y le preguntó a una señora obesa delante nuestro, "¿esa es una bolsa de Dunkin Donuts?" De golpe estaba despierta, yo estaba siguiéndola.

Llegamos a Chicago a las once de la mañana, media hora temprano. Mi espalda parecía estar bien. Jessica salió de la terminal para buscar a su padre. Me senté en un barral de aluminio y seguí leyendo la novela de James. A lo lejos en el pasillo vi al padre de Jessica, Bob, saludándome.

Como Dorothy pasa, con abrir la puerta de la granja, de la monocromática Kansas al technicolor de Oz, las autopistas y los suburbios que recordaba grises en el invierno aparecieron verdes y azules cuando salimos del aeropuerto. Dejamos a Jessica en un salón para que se haga la manicura y un facial y Bob me llevó a su casa en el suburbio de Naperville.

El resto del día sonó el timbre, Bob fue a la puerta y volvió con cajas que apilamos detrás del sofa. El árbol de Navidad seguía en su rincón entre el sofa y la puerta, despojado de ornamentos. ¿No había llegado yo a esa casa por primera vez el 25 de Diciembre pasado, para depositar y abrir regalos a los pies de ese árbol? La razón de una nueva visita a 6 meses de la anterior es la boda de John, hermano de Jessica, y Gina. Las nuevas cajas eran los vestidos y zapatos que Jessica y su madre, Ann, habían comprado por Internet para la boda. Había también zapatos para mí, en algunas de esas cajas.

Los vestidos fueron probados, evaluados, fotografiados y descartados. Las chicas apartaron dos o tres vestidos cada una y el resto fue devuelto a sus cajas. Los negocios aceptarían los descartes y devolverían el dinero. De cuatro pares de zapatos elegí uno. Encargamos otros dos pares de una bota, para provar los talles.

Cargamos en el auto algunos de los vestidos descartados y fuimos al OBT ("Oakbrook Terrace"), un "mall" (shopping) de, según Wikipedia, 2 millones 18 mil pies cuadrados (187 mil metros cuadrados). Una superficie equivalente a 19 cuadras porteñas, repartida en tres niveles. Nos dirigimos al extremo este del complejo, sobre Spring Road, al local de Nordstrom, donde Ann devolvió los vestidos mientras Jess y yo buscamos un cinturón que fuese bien con mis zapatos.

Gruesas telas plateadas colgaban del techo formando carpas dónde los portadores de la tarjeta de crédito Nordstrom tenían acceso preferencial a la próxima temporada. Jessica me alcanzaba cinturones para comparar con el cuero del zapato, que yo llevaba en una bolsa de la "Chicago Architecture Fundation", souvenir del viaje anterior. El dolor en la lumbar, sobre la nalga izquierda, me dificultaba visualizar el conjunto del traje gris con los zapatos y el cinturón. El dolor, de hecho, me dificultaba caminar, pensar, responder preguntas.

Me dejé llevar a la caja, al auto, a la casa. Me desvestí y tomé uno de los relajantes musculares que el médico me había recetado en Buenos Aires. Mientras los padres de Jessica preparaban la cena, me tendí en la cama con mi novia y sin proponérmelo quedé dormido.

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