1 may 2008

Resto.

Éramos jóvenes y habíamos hecho mucha plata muy rápido. Mi padre ponía en fondos de inversión lo que no gastábamos y lo duplicaba varias veces. Ir al trabajo podía parecer una formalidad, accesoria a los movimientos autónomos de nuestro capital. No teníamos acceso al dinero pero los retornos proyectados eran más contundentes que cualquier reunión con clientes o sesión de fotografía.

Como mucha gente, recibí las primeras noticias de lo saqueos por teléfono. Un mensaje de texto de Nina: revisá el correo. Un amigo de mi mujer, periodista gráfico, había mandado una cadena con fotos de un supermercado. Llamé a Nina y hablamos mirando las imágenes en nuestras respectivas computadoras. Era como jugar a descubra las diferencias, excepto que en este caso no había diferencias. Ella es fotógrafa de modas.

Esa noche cenamos con mis padres viendo el noticiero. Mi madre propuso salir. En la puerta mi padre le preguntó a mi mujer si no llevaba la cámara. ¿Estás loco?, preguntó ella, ¿con lo que cuesta? Había costado tanto como amueblar el living.

Las ventanas alumbraban la vereda y el cielo parecía más oscuro. Caminábamos despacio y las percusiones metálicas nos llegaban de distintas direcciones y se cruzaban a distintas velocidades como una base electrónica.

Mi mujer y mi madre caminaron unos pasos adelante. Es un golpe de Estado, dijo mi padre. Encubierto, pero un golpe de estado. Atendí el celular a mi socio. Dijo: ¿sabés qué me hizo darme cuenta, de lo que estaba pasando? Un chino en la tele al que le habían saqueado el mercadito. El chino lloraba y decía medio en chino: ¿para esto vine tan lejos? Le conté que estaba en la calle. ¿Estás loco?, me preguntó. Le respondí que estaba con mis padres. Tal vez al otro día no iba a Darwin. Si, dijo él, hablamos. Darwin le decíamos a nuestra productora, por la dirección.

Después de coger, recalenté un delivery en el microondas y comimos en el suelo, respaldados en la cama. Hablamos de viajes que habíamos hecho en el pasado y viajes que queríamos hacer. Empezamos a fantasear sobre los detonantes de lo que estaba pasando. El WTC, el Y2K, la inminente profecía Maya del fin del mundo, el trauma posparto por el cambio de siglo. Dijimos otras cosas que no recuerdo. En la tele pasaba una película vieja de un Safari. Ava Gardner le contaba a Philip Stainton de un avión que voló en pedazos sobre Berlín.

Luego de escucharme mi padre dice que va a buscar un artículo que vio en el diario, de una norteamericana, que dice que la declaración de estado de sitio detonó una regresión en la clase media. Fue una forma de repetición esa noche, dice, hurgando en la pila de diarios al costado del sillón. Tal vez algo de razón tuvieron Nina y vos al pensar todo eso, dice mi madre acodada sobre la barra de la cocina, moviendo los dedos como limpiándose algo. Nos juntamos a comer más seguido desde mi divorcio.

Pero esa noche mi mujer y yo agradecimos tener casi toda la plata afuera y decidimos olvidarnos del resto.

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