10 abr 2008

La renovación.

La calle no estuvo así de oscura desde los noventa, antes de las luces de seguridad. Los árboles tapan la luz de los edificios, menos faroles se prenden, los sensores en las entradas fallan. Escucho el clink-clank clink-clank de los manifestantes desde el balcón y vos señalás en la dirección del centro y más allá el río y todo lo que haya depositado ahí abajo. Te digo con un sabor cobrizo en la boca que esta noche es un exorcismo, vos me preguntás si me acuerdo de la pintura del dios Saturno, que vimos en Prado cuando nos casamos. Te digo que tenemos una postal en algún lado. Podríamos estar ahí abajo con nuestros hijos pero hicimos nuestro trabajo con ellos. Nuestra parte es seguir los noticieros, descifrar el relato. Y desde el sillón veo los lomos de libros que guardamos para los que se fueron y busco el calor de tu cuerpo y me digo que en esta época de solipsismo el único compromiso que queda es privado. Empiezo a hablar, te digo: a veces pienso si ser judío no te sirvió para aceptar que fuésemos una generación marcada. Mi madre era católica y mi padre borracho. Sentir valor propio para mi es una contradicción de sentido. Miralos, digo. Las bellas durmientes quieren jugar a que pasan hambre. Golpeando cacerolas, digo. Vos me apretás y decís que no tenemos nada porque disculparnos y otra vez siento la renovación.

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