26 abr 2008

Reconstitución

Hacía fila en el Abasto para sacar entradas del festival cuando vi las imágenes de los incendios, en la tele de un café al lado de las boleterías. El café era una extensión del hall del cine, unas mesitas redondas en una plataforma entre las escaleras mecánicas y los carteles de las películas, colgados como cortinas para tres pisos de vidrio. La tele estaba en brazo de metal, suspendida sobre una heladera con sándwiches, tartas y tortitas individuales.

Cuando abrieron el shopping en la carcasa del Abasto la observación de mi padre fue: los pelotudos taparon los techos. Nos había llevado a ver el edificio que recordaba de su infancia. Las bóvedas, enormes, con ladrillos de vidrio, aparecieron en la plaza de comidas, proyectándose decenas de metros. Dimos vueltas con esa aparente falta de rumbo que uno asume en los shoppings, bajando por los niveles. En el subsuelo mi padre dijo abstraído: en algún lugar acá abajo hubo un incendio enorme, cuando estaba el mercado, este nivel estuvo cerrado muchos años.

En la tele un helicóptero transmitía imágenes panorámicas de las columnas de humo en el delta. Hubo un corte a una toma crepuscular de una ruta con el título: los automovilistas siguen con visibilidad cero. Otro corte a una filmación nocturna de un pequeño grupo golpeando cacerolas en una avenida con el título: se aviva el conflicto con el campo.

El número en el contador digital cambió con un 'ting' y avancé a la caja indicada. La cajera discutía con su vecina. Una decía que las había retenido el cine, la otra se inclinaba hacia atrás mirando al techo y decía que iba todo a la gente del festival. Deduje que hablaban de la reventa de una función gratuita.

La chica con la que había estaba yendo al festival tenía novio. Habían salido dos meses y él se había ido a Canadá con una beca por medio año. Supongo que el tres a uno se aplica a todo en este país, le dije una noche después de una película. Tres a uno es la proporción entre la moneda local y el dólar que se instaló con la caída de la paridad.

La cajera vecina me miró diciendo: que piolas son. Bienvenidas a la Argentina, les dije mirando a una y otra. Mi cajera me preguntó qué película y cuantas entradas. Le señale un nombre en mi programa. Le pedí dos estudiantes. Sin dejar de teclear, con las manos debajo del mostrador, me pidió las libretas. Miró la mía y dijo que podía cobrarme una estudiante. Le aseguré que la otra persona también era estudiante, dije que siempre me daban las dos. La cajera me devolvió la libreta y dijo: necesito la identificación o la persona.

Salí a la escalinata del shopping y me respaldé en un cantero. Desde esa altura y ángulo la vereda parecía inclinada, la gente casi perpendicular. Miré la hora en el celular. La película era a las ocho y media. A trasluz del atardecer el humo negro que llegaba a la ciudad era casi invisible. Pensé en volver de seis meses en túneles subterráneos y calles nevadas, en el otro extremo del continente, a ese humo. Me dije que un símbolo, aunque fuese arbitrario, ayuda en una reconstitución.

No hay comentarios: