10 may 2013

Pumita.


Mi hermana tiene dos piedras pómez, una más gruesa y suave, otra más áspera, partida en dos por mí. Se partió cuando la solté al piso. Había usado esa piedra para limpiarme las manos, para sacarme el pegamento por diez años, una década estudiando arquitectura. Pegamentos que se usan en arquitectura: adhesivo en aerosol que empasta el vello en los brazos, adhesivo instantáneo que endurece las yemas de los dedos, cola vinílica que seca en membranas blancas, gel transparente que hace virutas de goma. En esos años de preparación llegué a conocer el efecto del pegamento en mis manos, pero supe muy poco de la piedra que sirvió para sacar el pegamento de las manos, dejarlas listas para más pegamento.

En una clase de física, en el primer año de facultad, supe que el vidrio es un líquido, que fluye a lentitud invisible. En la enciclopedia de casa leo que la piedra pómez es vidrio volcánico, “muy esponjoso, de peso específico inferior al agua”. Una búsqueda en Internet resulta en artículos de cosmética, encabezados por una entrada de Wikipedia que refiere la piedra como un pequeño puma. La enciclopedia bajo “Pumita” dice: “f. Piedra Pómez”. Wikipedia tiene un párrafo sobre los atributos de la piedra, la enciclopedia unas líneas.

La piedra que rompí era un corte rectangular, pequeña como una cajita de fósforos y más angosta. Quedó partida en dos trapecios distintos, como piezas de una herramienta mesolítica. Cuando partís una piedra pómez descubrís un corazón blanco y alveolar, como un coral bajo la superficie amarronada. La piedra pómez se forma cuando lava es eyectada en una erupción violenta. La pérdida de presión separa los gases de la lava en burbujas y el descenso de temperatura vitrifica las burbujas.

La función de una piedra pómez es ser suavemente áspera. Las cavidades en la superficie tienen filos que raspan la piel como granos de cristal opaco. La porosidad la hace liviana y uno no cree que vaya a caer, espera que baje al suelo de la ducha y quede en la película vibrante de agua. Pero cuando cae se parte con un ruido leve de cristal y no puede volver a pegarse.

En la ducha hay una canasta blanca para las botellas de shampoo, las barras de jabón y las esponjas. A un lado están apiladas las piedras pómez. La piedra entera es de un marrón terroso, las partes rotas viran del blanco a un exterior de café con leche. Los poros se amontonan en el borde, como si buscasen darse calor, y se oscurecen en una espuma de café con leche.

Pero atribuir un color de café con leche a la piedra rota es una abstracción para un estudiante de arquitectura. La carrera es una iniciación, larga como un túnel al final de otro túnel. En los primeros años uno duerme tres, cuatro noches por semana. Como los esquimales que tienen un catálogo de nombres para la nieve y el hielo, un estudiante de arquitectura aprende a ver los negros en el café, los marrones en el café con leche.

La ducha es un espacio rectangular de cerámica blanca con suelo de baldosa roja. No tiene bañera. Se entra pasando la pierna sobre una pared de medio metro de alto, corriendo una cortina transparente. En la canasta las piedras están escalonadas, partes rotas sobre corte entero. Antes de romperse la piedra clara también iba sobre la oscura, las dos rectangulares, como un remate sobre un basamento.

A veces jugaba con las piedras en la ducha, buscando la forma de un proyecto. Las veía y notaba que hacía rato estaba bajo la lluvia de agua caliente. Las piedras estaban en su rincón de la canasta, rectangulares y arquetípicas.



Este texto fue escrito en el marco de un taller dictado por Pedro Mairal y organizado por la revista Orsai. Fue el cuarto de once ejercicios, con la consigna de escribir sobre un objeto a nuestra elección.

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